El eterno dilema, Rioja-Ribera

El eterno dilema, Rioja-Ribera

2 de diciembre de 2022 0 Por Jose Peñín

La selección de este mes de Casa Gourmet, compuesta por tres crianzas Matarromera, Montebaco y Maeste Alma de Vivar, recoge el trayecto vinícola desde la fundación de la D.O. Ribera del Duero, bajo tres miradas: un tinto vinculado a los tiempos de los riberas maduros como es Matarromera 2019, la marca más elegante del grupo; Montebaco 2019 un vino intermedio entre los tres con una maduración más limitada, con mayor relevancia de la frescura y acidez que refleja la finura y complejidad de su suelo calizo, y Maeste Alma de Vivar 2021 con un guiño al terroir, un modelo del ribera de hoy en día.

La Ribera del Duero pertenece a ese cosmos europeo donde los viñedos se sitúan en las zonas protegidas de los ríos. Castilla es dura, es una gran meseta en donde las viñas reciben el furor de sol diurno y la frescura de unas noches frías, todo un contraste.

El Duero nacional atraviesa la D.O. en una dirección que comienza en Pedraja de San Esteban en Soria y acaba en Quintanilla de Onésimo en Valladolid. Por la natural caída de su caudal hacia el oeste, este territorio va descendiendo de este a oeste. En la zona burgalesa, el viñedo es más abierto, perdiendo de vista al Duero, mientras que en la vallisoletana el río va encajonado con las viñas situadas en laderas más pronunciadas en una cota más baja.

Tempranillo o tinto fino

Antes de los años ochenta, la palabra Ribera se relacionaba con Burgos por el gran número de bodegas enfrascadas en producir claretes, mientras que más al oeste, en tierras de Valladolid, los vinos ribereños se conocían como tintos de Peñafiel. Se dijo en aquellos años, por lo menos para el consumidor urbano, que la Ribera era la reproducción de rioja por utilizar la variedad común tempranillo que entonces se llamaba en Castilla tinto fino, así como también por utilizar la misma fórmula de crianza en barrica.

Era una zona aspiracional que quería ser un rioja ribereño con un estilo de vino parecido. La tinto fino, como en La Rioja de entonces, se acompañaba de otras cepas como la garnacha, jaén, albillo e incluso bobal. Era la Ribera más campesina y cooperativista, por lo que su producción giraba en torno al clarete, no tanto por la menor maduración de sus racimos debido a los mayores fríos del pasado, sino también por la inclusión de variedades blancas en los tintos.

Todo ello acabó con la incursión del tinto Pesquera, cuyo autor, Alejandro Fernández, sostenía que este tinto vallisoletano debía tener más color y cuerpo. Y era verdad, porque ese Duero, más comprimido y, lógicamente, algo más cálido y con mayor proporción de suelos, arcillo calcáreos, producía unos tintos más corpóreos y, además, precedidos bastantes décadas antes por los vinos de la cooperativa de Peñafiel, el famoso Protos que, en un principio imitaba al rioja. Vega Sicilia era entonces un compartimento estanco fuera del retrato de la Denominación de Origen.

El eterno dilema, Rioja-Ribera

El lector necesita datos comparativos que ilustran la trayectoria de una zona y nada mejor que cotejarla con otra que está en la mente de todos: Rioja. La Ribera, como dije antes, era más campesina en los años ochenta que hoy. En 1982 había tan solo 7 bodegas de elaboración, de las cuales solo 4 embotellaban, un panorama a años luz de la famosa zona del Ebro. Mientras que hoy alcanza casi 300 firmas que vinifican, crían y embotellan.

Diez años más tarde hubo cierto desmán en La Rioja con el arranque de bastantes cepas viejas a favor de nuevos marcos de plantación con una rentabilidad mayor. Los riojas de los años noventa con una mayoría de cepas nuevas, muchas de ellas cultivadas en suelos atestados de potasio, eran más insípidos, menos expresivos frente a los nuevos riberas capitaneados por el citado Pesquera más contundentes, carnosos y sápidos.

Recuerdo una cata comparativa entre las dos zonas en 2002. El ganador no fue la zona castellana como origen, sino el vino con un color más sólido y con mayor cantidad de registros y potencia tanto a la nariz como a la boca, procedente de viñedos más viejos que los de su competidor. Estamos de acuerdo que cuando tenemos una copa de rioja en la mano sabemos que no nos va a fallar. Nadie duda de sus cualidades cuando no tenemos otro origen con que contrastarlo. Esta será la defensa que todos haremos de ese vino. Pero cuando hay que enfrentarlo a una batería de copas de diferentes procedencias es cuando debemos situar al rioja en su justa medida. En el equipo de cata había gente de distinta condición enológica, aficionados, comerciantes, sumilleres, distribuidores, enólogos, periodistas. No es casualidad que todos, absolutamente todos, puntuaron mejor a los riberas y muchos de los cuales no eran sospechosos de padecer el síndrome de «riberitis» sino todo lo contrario.

Burdeos y Borgoña no han tenido problemas de confrontación, ya que por sus diferentes variedades (univarietal pinot noir en Borgoña y multivarietal cabernet-merlot-malbec-cabernet franc en Burdeos excepto en Pomerol) dan vinos de diverso color, matiz, estructura y sabor. En Italia la ascensión del Brunello de Montalcino sobre Chianti (las dos zonas tienen la misma cepa aunque de nombres distintos y esta última más o menos considerada como el rioja transalpino), se ha debido a la mayor concentración, potencia y cantidad de matices de sus tintos.

A finales de los ochenta la hostelería madrileña estaba algo cansada del monopolio riojano en sus cartas, por lo que comenzó a decantarse por la Ribera por una cuestión de alternancia. En Madrid vestía mejor un ribera que un rioja a pesar de que eran más caros. Ello supuso el comienzo de la incursión de bastantes inversores tanto de La Rioja como de Cataluña.

Hoy la demanda urbana entre el “riberitis” y el “riojitis” está sustentada en la elección de las dos zonas de tintos más mediáticas que por las características diferenciadoras de ellas. ¿Cuál es mejor, Ribera o Rioja? Es la pregunta que la calle formula al experto. La contestación razonable sería «son diferentes». Pero, ¿son distintos dos vinos con la misma uva, el mismo tamaño de barrica, similares formas de cultivo y modos de envejecimiento?, solo nos quedaría el marco geográfico que sí es diferente. Sin embargo, no me creo que en La Rioja no haya un microclima capaz de mejorar la cúspide de la Ribera.

El futuro de los Ribera

¿Cuáles son sus diferencias saltándonos las peculiaridades de elaboración que cada autor o enólogo pudiera imprimir a la marca? Los tintos ribereños son de color más intenso por una maduración más profunda que el rioja por ser una zona menos nubosa y lluviosa, pero con una acidez más marcada por lo de las noches más frescas como dije antes. Esta diferencia se va palideciendo ante la nueva generación de jóvenes enólogos que sin estar pendientes de ser fiel a la imagen impostada, se esfuerzan en elaborar vinos mejores que no necesariamente proyectan el estilo del pasado ni les importa. Vinos que extraigan las particularidades de la viña, su suelo y la altitud, así como también el rescate de variedades de otro calibre, con menos extracción y concentración en la elaboración, que proporciona una textura más ligera con un color algo más abierto, pero que crean un estilo nuevo.

Alguien podrá invocar que el gusto por los vinos concentrados y tánicos están pasados de moda. Sin embargo, existen bodegas que se resisten a abandonar el vigoroso ribera de antaño porque lo hacen muy bien y tiene sus adeptos.

En los últimos cinco años la vanguardia enológica comienza a explorar los rincones más apartados de la D.O. situados a mayor altitud como es el Valle de Esgueva por la zona noroeste, las tierras altas burgalesas del noreste, Soria y los límites con Segovia. Zonas menos explotadas, con el viñedo antiguo con cepas de distintas variedades entremezcladas, de estilo más ligero y terroso pero con expresión frutal.